En la actualidad enfrentamos una pandemia global que ha puesto en jaque a la humanidad. Indudablemente, las aplicaciones tecnológicas de las ciencias naturales, en particular, las vacunas elaboradas a partir de las investigaciones médico-biológicas, están ya rindiendo frutos en el combate contra el covid-19, mostrándonos una luz de esperanza para terminar con el confinamiento impuesto por esta gran tragedia sanitaria. En definitiva, hoy más que nunca, el pensamiento y método científico juegan un papel vital en la supervivencia de la especie humana.
Sin embargo, las ciencias naturales no bastan para hacer frente a la pandemia, pues ésta ha detonado una serie de graves y diversos problemas económicos y sociales a lo largo del planeta. Problemas que traspasan el ámbito de las ciencias naturales y que requieren un enfoque distinto a la razón instrumental para su resolución. En vez de buscar leyes generales, se vuelve una exigencia comprender la peculiaridad de las regiones y sus habitantes junto con sus idiosincrasias culturales y formas de vida particulares. De este modo, las ciencias humanas se vuelven igualmente imprescindibles para hacer frente a esta crisis global.
De hecho, la pandemia nos ha confrontado, de una u otra manera, existencialmente; nos ha llevado a tomar consciencia a nivel planetario de la importancia de volver a preguntarnos en qué mundo queremos vivir y qué mundo queremos heredar a las futuras generaciones. Precisamente, preguntarse por el sentido de la vida y el valor de lo realmente importante en la vida es el grito desesperado que alza el ser humano a Dios y cuya respuesta resuena a través del eco de la espiritualidad más allá de los bastiones de la ciencia natural. Hoy en día, desde nuestra situación presente, se vuelve preponderante reflexionar de manera profunda y crítica para dar una respuesta a la problemática que nos aqueja no sólo de forma práctico-tecnológica, sino de una manera que sea espiritualmente satisfactoria.
Somos nuestra historia y, por ende, como diría Newton, estamos parados en los hombros de grandes gigantes del pensamiento que se han ocupado, por más de dos mil años, en cultivar la filosofía, la teología, la sociología, la pedagogía, la historia y demás ciencias humanas con afán de responderlas inquietudes intrínsecas del ser humano. Podemos seguir aprendiendo mucho de estos gigantes de otras épocas. Por ejemplo, los seres humanos buscamos la felicidad, nos dice Aristóteles, pero no entiende un estado pasajero de alegría, sino el perfeccionamiento y realización plena de las facultades intrínsecas del ser humano a través del ejercicio de la virtud, es decir, del hábito “que nos torna capaces de los mejores actos y nos dispone lo mejor posible hacia lo mejor… que es conforme a la recta razón.” (p.30) Sorprende que la propuesta aristotélica siga siendo vigente para hacer frente a los retos de nuestra vida moderna.
En conclusión, el papel de las ciencias humanas es tan importante como el papel de las ciencias naturales para solucionar de la mejor manera posible los problemas que nos afectan como seres humanos. Por este motivo, la Maestría en Ciencias Humanas de la Universidad Anáhuac Puebla propone una reflexión crítica y rigurosa, encaminada a un actuar efectivo y vanguardista, enmarcado en la cornisa de un humanismo integral que no sólo busque un conocimiento teórico y especulativo de verdades necesarias y universales, como el cogito ergo sum (pienso, luego existo) de Descartes, sino vivir una vida plena de sentido tanto material como espiritual conforme al cogito existencial de Mounier: ¡Amo, luego la vida vale la pena vivirse!.
Referencias
Aristóteles. Ética Eudemia (Trad. Antonio Gómez). México: UNAM, 1994.
Docente de la Escuela de Humanidades
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